Crónica con alma: “Miguel Uribe Turbay, el eco de una bala que vino del pasado”
Aquel día volvió la sombra.
Bogotá tembló sin terremoto. No fue el trueno de las montañas ni la lluvia sobre los techos de zinc lo que hizo estremecer a Colombia, sino el disparo que partió el aire en Fontibón, justo donde Miguel Uribe Turbay —senador, precandidato presidencial, hijo de una periodista mártir— caía al suelo con la historia entera sobre sus hombros.
Las balas que atravesaron su cuerpo no eran nuevas. Venían de un ayer sangriento, envueltas en el mismo aliento que mató a su madre, Diana Turbay, treinta y cuatro años atrás.
Una madre secuestrada por la barbarie
Diana Turbay no murió en la cárcel ni en el olvido. Murió perseguida por la idea romántica —y letal— de que aún se podía negociar la paz desde el periodismo. Gabriel Garcìa Màrquez –Gabo– la dibujó en Noticia de un secuestro como lo que fue: una mujer íntegra, brillante, de alma luminosa, que aceptó una entrevista con un falso emisario del Vaticano... y cayó en la trampa de Pablo Escobar.
Ahí empezó el encierro. El silencio. El vacío de una madre ausente y la incertidumbre que goteaba día a día en el alma de su hijo. Miguel tenía apenas cinco años cuando Diana murió, por una bala que no buscaba matarla, pero que lo hizo. Porque hay muertes que llegan aunque nadie las dispare con intención.
Aquel operativo para rescatarla se volvió su epitafio. El Estado, que pretendía salvarla, terminó siendo cómplice involuntario de su último suspiro. Y Gabo, con esa prosa que desgarra sin gritar, lo contó para que no se nos olvidara.
El hijo, ahora víctima del mismo plomo colombiano
Junio de 2025. Otra vez las sirenas. Otra vez el caos. Otra vez Uribe Turbay.
Miguel, ahora hombre, senador, opositor, candidato… fue herido con tres balas, dos de ellas dirigidas a la cabeza. Y no eran solo disparos al cuerpo. Eran misiles al alma de una nación que no termina de cicatrizar.
Frente a la clínica, las voces clamaban como oraciones desesperadas:
“¡Fuerza, Miguel!”
“¡Miguel, amigo, Colombia está contigo!”
Mientras tanto, su esposa pedía oraciones, y el expresidente Uribe llegaba entre escoltas y sombras para abrazar el dolor con puño cerrado.
Un niño armado, un país desarmado
¿Quién empuñó el arma? Un adolescente.
¿Quién lo mandó? No lo sabemos.
Pero todos conocemos esa lógica macabra de los narcos y los políticos sin alma: usar cuerpos jóvenes para tareas viejas.
El muchacho está hospitalizado. Miguel también. Ambos prisioneros de un país que no supo —ni sabe aún— proteger ni la infancia ni la política.
El eterno retorno de la violencia
Gustavo Petro, actual presidente, pidió una investigación que arranque con los escoltas. El Departamento de Estado de EE.UU. culpó a la retórica incendiaria de la izquierda.
Y mientras las élites se cruzan culpas, la sangre sigue corriendo como si la historia fuera un carrusel del que nadie sabe bajarse.
Diana murió por ser periodista. Miguel sangra por ser político.
Y Colombia, siempre Colombia, carga con el peso de sus propios fantasmas.
Estética del dolor
García Márquez dijo una vez que el periodismo es el mejor oficio del mundo. Lo es. Pero cuando los periodistas mueren, o cuando sus hijos caen por las mismas balas, ese oficio se convierte en una herida abierta que sangra en la memoria colectiva.
Hoy, los colombianos no solo piden justicia. Piden no olvidar.
Porque Miguel, en su cama de cuidados intensivos, no es solo un precandidato.
Es el eco de su madre.
Es el reflejo de una tragedia que se repite con nombres nuevos y las mismas razones de siempre.
Es la advertencia de que este país, cuando no recuerda, repite.
Voces que resisten
“La violencia es el miedo a los ideales de los demás.”
— Mahatma Gandhi
“Mi madre murió creyendo en la paz, yo no puedo vivir viendo cómo la destrozan a tiros.”
— (Testimonio apócrifo atribuido a Miguel Uribe en 2022)
“Hemos fallado en darles a nuestros hijos un país que no dispare primero.”
— Laura Sarabia, canciller
RCJ Digital , escribiendo desde la herida, para que no se nos muera la memoria.
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