“No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente.” – Virginia Woolf
La frase que no se hundió
“No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente.” – Virginia Woolf
(Relato íntimo entre Nora, una joven que sobrevive a un intento de suicidio; su hermano Elías, y una terapeuta llamada Clara. Una historia que transcurre entre voces, silencios y el oleaje del alma.)
—No me detuviste —susurró Nora, mirando al suelo. El hospital olía a lejía, pero el aire estaba lleno de culpa.
—Sí lo intenté, Nora. Pero tú ya estabas muy lejos de nosotros. Muy dentro de ti —respondió Elías, apretando el cuaderno que ella solía llevar consigo.
Clara, la terapeuta, no decía nada. Había aprendido que a veces, en el arte de salvar, el silencio también es una cuerda.
—Me hundí, Elías. Me lancé como Virginia. Caminé hacia la orilla con piedras en el pecho. Pero no era agua lo que buscaba. Era silencio. Paz. El mundo pesa.
—Y sin embargo, sigues aquí —dijo Clara por fin, con una voz tan pausada que parecía leerse, no escucharse.
—Estoy aquí... pero rota. Como un libro mojado. Como una carta que nadie abre.
—Tal vez —dijo Elías—, pero los libros mojados aún guardan letras. Y las cartas sin abrir... siguen teniendo algo que decir.
—Yo no quería morirme —confesó Nora, mientras una lágrima caía sin permiso—. Quería que dejara de doler. Quería apagar la tormenta que se me había hecho casa.
—Y esa tormenta, Nora —intervino Clara—, tenía un idioma. Y tú lo escribiste. Tu mente no se rindió. Aún ahora, con grietas, sigue creando, sigue latiendo. Como lo hizo Virginia hasta su último segundo. Su alma no murió. Se disolvió en cada frase que dejó en la orilla del tiempo.
—Virginia Woolf... —repitió Nora, como quien pronuncia un nombre para pedir auxilio—. Ella también escuchaba voces, ¿verdad?
—Sí —respondió Clara—. Pero también hizo que el mundo escuchara las suyas. Convirtió sus voces en libros. Sus dolores en arte. Y su fragilidad en un espejo donde tantas otras aprendimos a mirarnos sin miedo.
—¿Y si vuelvo a la orilla?
—Entonces —dijo Elías con los ojos empañados— yo me meteré al agua. No para detenerte. Para nadar contigo. Para recordarte que ya no estás sola en este océano.
Nora cerró los ojos. Respiró. Por primera vez en meses, el silencio no dolía. Era solo eso: silencio. Y en su mente, la frase de Virginia flotaba sin hundirse, como una boya de fuego:
“No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente.”
Porque aun cuando el cuerpo tiemble, hay mentes que se levantan y vuelan. Aunque sea con heridas.
El diálogo en el cementerio
Roberta llevaba un ramo de pensamientos y jazmines silvestres. Caminó hasta la lápida que decía “Virginia Woolf, autora, soñadora, náufraga”. El cielo estaba cubierto, como si Londres aún la llorara.
Se sentó junto a la tumba. Sacó de su bolso una hoja escrita a mano. La leyó en voz alta:
—“Querida Virginia, soy una hija del siglo XXI. Leo tus palabras como quien se mira al espejo después de llorar. Siento que tu locura y tu belleza me enseñan a no esconder la mía.”
El viento sopló y la niebla se alzó, lenta. Roberta cerró los ojos... y entonces escuchó una voz suave, con acento antiguo:
—¿Aún hay mujeres que creen en lo que escribí?
Roberta se sobresaltó. A su lado, una figura traslúcida, etérea, la observaba con ternura. Era ella: Virginia Woolf.
—No solo creemos, Virginia. Nos aferramos a tus frases como a faros. Algunas vivimos gracias a ti.
—Pensé que el agua lo había borrado todo —susurró Virginia—. Que mi voz se había disuelto en las piedras del río.
—No. Tu voz es tinta eterna. Está en nuestras bibliotecas, en nuestros diarios íntimos, en las paredes de baños donde alguien escribió: “Una mujer necesita dinero y una habitación propia si va a escribir ficción.”
Virginia sonrió. Por primera vez, sin tristeza.
—¿Y tú, Roberta? ¿Escribes?
—Sí. Pero aún no me atrevo a firmar lo que escribo.
—Hazlo. Y hazlo con rabia, con amor, con miedo. Pero hazlo. Aunque tiemble la mano, aunque tiemble el mundo.
—¿No fue demasiado alto el precio que pagaste por tu libertad?
—A veces —respondió Virginia—, las palabras pesan más que las piedras. Pero si vuelven a la orilla… si alguien las escucha… entonces valió la pena.
La figura se deshizo en bruma. Roberta lloró sin dolor. Había recibido una respuesta. Y una tarea. Ya no era solo lectora. Era heredera.
¿Quién fue Virginia Woolf?
Virginia Woolf – Conciencia y estilo
Virginia Woolf (1882–1941), nacida como Adeline Virginia Stephen en Londres, fue una escritora, ensayista y editora británica, considerada una de las figuras más influyentes del modernismo literario del siglo XX. Su obra revolucionó la narrativa con el uso del monólogo interior y estructuras no lineales, explorando la conciencia, el tiempo y la identidad.
Fue miembro del grupo de Bloomsbury, círculo intelectual que promovía el pacifismo, el feminismo y la libertad artística. Junto a su esposo Leonard Woolf fundó la editorial Hogarth Press, que publicó obras de autores como T. S. Eliot, Freud y ella misma.
Entre sus obras más destacadas están Mrs. Dalloway, To the Lighthouse, Orlando y el ensayo feminista A Room of One’s Own, donde defendió la independencia económica y creativa de las mujeres. Su vida estuvo marcada por episodios de depresión y crisis nerviosas, que culminaron en su suicidio en 1941.
Woolf dejó un legado literario y político que sigue inspirando a generaciones de lectores, escritoras y pensadoras.
Este fragmento de A Room of One’s Own se ha convertido en un emblema del pensamiento feminista:
“Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si va a escribir ficción.”
— Virginia Woolf, A Room of One’s Own
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