Había en sus ojos una promesa. De justicia, de verdad, de país. Erika Evans —35 años, firme el paso, pero temblorosa el alma— creció con un ideal tallado en su ADN: servir. Lo logró. Convertirse en fiscal federal fue más que un ascenso profesional. Fue un juramento.
“A veces hay que romperse para poder salvarse.” – RCJ
Pero los sueños también tiemblan. Y a veces, se deshacen. Poco después del regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, Erika sintió que el suelo se abría bajo sus pies. Lo que una vez fue el Departamento de Justicia que la inspiró, ahora olía a desconfianza, a retrocesos. A vigilancia interna.
El silencio forzado y las listas negras
“Recibíamos avisos para denunciar a colegas que hacían trabajo de diversidad. Si lo hacías en 10 días, no habría problemas”, recuerda Evans. “Cosas muy extrañas”. El lenguaje de la represión volvió a los pasillos, y con él, la tristeza. Y la rabia.
Renunció en marzo. Cerró la puerta del Gobierno federal sin mirar atrás. Pero no huyó. Se giró. Y ahora camina hacia adelante.
De la desilusión, una nueva causa
Erika Evans se postula para fiscal municipal de Seattle. Quiere ser la primera persona negra en ocupar ese cargo en 150 años. Más que una candidatura, es una carta de amor a su abuelo, a su historia, a su rabia convertida en fuerza. Su plataforma propone crear unidades contra delitos de odio, discriminación habitacional y robo de salarios. Lo que aprendió dentro, ahora lo usa desde fuera.
“No heredas la lucha. Te atraviesa.” – RCJ
Su abuelo, Lee Evans, fue aquel atleta olímpico que sonrió desde el podio de México 1968 con una boina negra y el puño en alto. Sabía que el Ku Klux Klan había prometido matarlo. Pero lo hizo igual. “Sonreía porque pensaba que sería más difícil disparar a alguien que sonreía”, contaba. Erika nunca olvidó esa sonrisa.
Una mujer en medio del vendaval
Evans no está sola. Forma parte de un silencioso y creciente ejército de exfuncionarios que abandonaron el aparato federal bajo Trump y ahora buscan transformar el sistema desde el poder local. Ryan Crosswell también dejó el Departamento de Justicia, testificó en el Congreso y ahora se postula para la Cámara de Representantes.
Una encuesta reciente de CNN muestra que los demócratas están más motivados que nunca. Hay una corriente subterránea que recorre Washington, Atlanta, Seattle. Voces que han perdido la fe en las estructuras, pero no en el cambio.
“No se trata solo de ganar. Se trata de no rendirse cuando todo se desmorona.” – RCJ
El linaje del coraje
“Esas cosas viven en mi ADN”, dice Erika Evans. Desde los campos de frutas en California, donde su abuelo engañaba la balanza para llevar comida a casa, hasta las salas judiciales donde se luchan batallas invisibles, ella carga con una historia. Una historia que ahora quiere convertir en política. En trinchera. En altavoz.
Erika no sueña con ser fiscal. Erika quiere reparar lo que Trump rompió. No con venganza. Con justicia.
Voces que resisten
“El poder cambia los edificios. Pero son las personas rotas las que cambian el mundo.” — RCJ
Erika Evans no es una excepción. Es el reflejo de un país que aún se debate entre el miedo y la esperanza. Y como su abuelo, ella también sonríe antes de alzar el puño.
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