De Quinindé al PSG: la muralla que nació entre bananos y esperanza
Willian Pacho y el grito contenido de un pueblo olvidado
“En el potrero, no se aprende solo a jugar. Se aprende a sobrevivir.” — Anónimo ecuatoriano
Junto al Pacífico, entre palmas y cacao, se levantó con pies firmes una muralla. Se llama Willian Pacho, y este sábado podría hacer historia. Quinindé, su pueblo natal, se detendrá para verlo desafiar al Inter de Milán en la final de la Champions League, describe Julio Galarza con Paola López en Quito para AFP
Antes de llegar al Parque de los Príncipes, el defensor forjó su temple en calles de tierra del barrio Luz de América. Allí, entre casas con techos de latón y sueños que escasean, Pacho aprendió a quitar balones y a esquivar el olvido. Sus primeros toques aún resuenan en la cancha maltrecha del club Huracán.
“Un niño con balón en los pies es una vida salvada del crimen.” — Nelson Mandela
Tomás Arboleda, exfutbolista, lo dice sin rodeos: “Se va a paralizar Quinindé”. Y no es exageración. En este pueblo de mayoría afroecuatoriana y 135.000 habitantes, la figura de Pacho representa mucho más que fútbol: es símbolo de resistencia, ejemplo de jerarquía. Es la muestra viva de que sí se puede.
La violencia que azota a Esmeraldas no ha borrado la alegría de ver triunfar a uno de los suyos. El crimen organizado recluta niños. La pobreza, la falta de canchas, la ausencia del Estado... todo eso golpea. Pero Pacho devuelve ilusión. “Era un pelado tranquilo, nunca fue malo con nadie”, recuerda Aníbal Castillo, comerciante local.
Del Independiente del Valle al Royal Antwerp. De Alemania al PSG por 45 millones de euros. Hoy, bajo las órdenes de Luis Enrique, es llamado "jugador top mundial". Y lleva el número 51 en la espalda, por su madre fallecida justo el día de su debut profesional. Pacho lo recuerda en cada partido.
“Hay derrotas que tienen más dignidad que la victoria.” — Jorge Luis Borges
El sueño de Pacho no es solo suyo. Es de Michael, de 15 años, que entrena sin redes en los arcos rotos del Huracán. Es de cada madre que aún lava ropa en el río. Es de un país que quiere creer.
Voces que resisten
“Nadie ha llegado donde está él”, sentencia Arboleda. Jaime Castillo bromea: “Ahora hay que tratarlo como un señor más”. La alegría por su éxito no es egoísta. Es una declaración de resistencia frente al olvido. En cada niño que juega descalzo en Quinindé, renace la esperanza. Y si Pacho lo logró, ¿quién dice que no pueden ellos?