El Asesinato que lo Cambió Todo
El Asesinato que lo Cambió Todo
Erán las 4 de la mañana y la lluvia por las calles del pueblo Perl Negra, caía como un manto pesado, arrastrando las sombras que se escondían en cada rincón. La calle 18, en donde había nacido Genaro Castañeda Martínez, estaba desierta a esas horas de la madrugada, sin saber sus habitantes que en ese mismo minuto este hijo luchador de este pueblo, estaba siendo asesinado en Piecaballo en el norte de España. Los faroles del pueblo titilaban en la oscuridad, como si se resistieran a iluminar una verdad demasiado peligrosa. En una fábrica de productos lácteos, un hombre caía asesinado, quedando su rostro todo chamuscado; la vida lo abandonaba mientras la noche de su pueblo lo absorbía por completo.
Genaro Castañeda, un hombre de principios, amigo íntimo del diputado Sergio Cañete Betancourt, conocido por su lealtad inquebrantable. Pero fue justamente esa lealtad —que muchos admiraban como su mayor virtud— la que lo condujo a un trágico final, sin esperar que su propio amigo estuviera detrás de la trama para asesinarlo. A medida que su cuerpo se desangraba en el asfalto de las calles de Piecaballo, en la madrugada de ese día, su muerte se sentía en los rincones de cada esquina en su pueblo natal, como si la lluvia estuviera alertando que uno de sus grandes hijos había sido asesinado tan lejos, pasando el Atlántico.
A las 4:45 de la madrugada, Érika Montenegro, periodista investigadora con una reputación que rozaba la temeridad, y que desde pequeña había conocido a Genaro, repasaba documentos en su ordenador. Desde su pequeño apartamento, apenas iluminado por la luz azul de la pantalla, la lluvia golpeaba los cristales de la ventana, creando una atmósfera melancólica, casi hipnótica. Pero Érika no sentía sueño. Esa noche, su instinto le decía que estaba a punto de cruzar un umbral del que no habría regreso.
Entonces, su teléfono vibró. Un mensaje anónimo. Dudó un segundo, pero algo —una intuición aguda, cultivada por años de calle y exclusivas peligrosas— la empujó a abrirlo.
"Tienes que saberlo. Genaro Castañeda está muerto. No fue casual. Es un mensaje."
Las palabras eran pocas, pero suficientes para erizarle la piel. Genaro Castañeda no era cualquier figura política, era un alto dirigente de la JAR, Juventud Activista Revolucionaria, que junto a Sergio Cañete, habían hecho historia para su pueblo Perla Negra. Su muerte no podía ser casual. Y Érika lo intuía.
Se levantó de inmediato. En menos de diez minutos ya estaba en la calle 18, pues pensaba que encontraría el cadáver de Genaro allí, pero lo que no sabía era que Genaro había huido de Perla Negra, porque había descubierto una trama de delincuencia en la que estaba implicado su amigo Sergio Cañete, entonces, diputado de Perla Negra. Con el paraguas en una mano y la cámara en la otra, el deseo de descubrir la verdad —esa obsesión que la había convertido en una periodista temida— latía con fuerza en su pecho.
Cuando llegó al lugar, la zona solo estaba llena de charcos que el agua había alterado esa calle y todas las calles de Perla. Un golpe certero, limpio, recorrió su alma. "¡Aquí no hay nadie…! ¡Eso es falso!" gritó para sí misma. Realmente la inquietó. Todo parecía haber sido montado con un cuidado excesivo, casi teatral. Genaro no estaba allí muerto.
Sus palabras, de haberlas pronunciado en voz alta, habrían hecho tambalear todo el barrio de Genaro, y hubiera llegado hasta el mismísimo Genaro. Érika se sentó en la acera de la calle Miró con atención. Pero no se sabe por qué, sintió que estaba presenciando un asesinato. Y lo tomó como una advertencia. Una ficha eliminada en un tablero donde las reglas se dictaban desde la oscuridad.
Volvió a su apartamento con la ropa empapada y la mente en ebullición. La lluvia seguía cayendo, pero ya no sonaba igual. No era el ruido de la naturaleza. Era un murmullo amenazante, un anuncio velado de lo que estaba por venir. Alguien había querido que ella lo viera de esa manera. Alguien sabía que Érika Montenegro no se detendría hasta llegar al fondo, aunque eso significara enfrentarse a los titanes de la política, la justicia y el dinero.
Y esa noche, sin saberlo del todo, acababa de entrar al corazón de La Red de las Siete Fichas.
RCJ
"En el mundo de la política, las piezas del tablero no siempre son lo que parecen. Y, a veces, los sacrificios son necesarios para que el juego siga adelante."