Torre-Pacheco en llamas: disturbios, odio y una España que no termina de reconocerse
“El odio es la venganza del cobarde.” — George Bernard Shaw
Una chispa que encendió el bosque
Torre-Pacheco, una localidad murciana conocida por sus campos de cultivo y su aparente tranquilidad, se ha convertido en el epicentro de una tormenta social que España no vivía desde hace años. Las últimas noches han sido testigo de disturbios callejeros, vandalismo y una oleada de violencia que tiene un común denominador: el odio racial azuzado por los discursos más extremos.
El detonante fue una brutal agresión el 9 de julio contra Domingo, un anciano de 68 años que caminaba al cementerio como cada mañana. Según su relato, fue abordado por tres jóvenes, uno de ellos grabando con un móvil, otro gritando en un idioma extranjero, y el tercero atacándolo sin razón aparente. No hubo intento de robo. Solo una paliza seca, directa, gratuita. Las heridas fueron físicas, pero también sociales.
La mentira como gasolina
El incidente, en vez de ser tratado con cautela, fue capitalizado por grupos de extrema derecha que viralizaron imágenes manipuladas, videos falsos y nombres de supuestos agresores sin pruebas. El propio Domingo, desde su cama, desmintió que esos rostros fueran los de quienes lo golpearon. Pero ya era tarde: la red había hecho su trabajo.
Diversos medios como BBC, La Opinión de Murcia y El País coinciden en señalar cómo estos colectivos extremistas aprovecharon el caso para azuzar una narrativa de odio contra inmigrantes, especialmente marroquíes, en un contexto de elevada tensión política nacional.
El discurso que precede al fuego
Solo un día antes de que estallaran los disturbios en Torre-Pacheco, la diputada de Vox, Rocío de Meer, declaraba en público su deseo de expulsar “a ocho millones de inmigrantes y sus hijos”, en caso de llegar al Gobierno. “Las calles ya no son nuestras, las plazas tampoco, ni la tranquilidad de los pueblos”, dijo. Y sus palabras resonaron no solo en los noticiarios, sino en los adoquines y contenedores quemados de la localidad murciana.
Aunque pueda parecer una estrategia electoral más, lo cierto es que este tipo de declaraciones tienen efectos reales, concretos, devastadores. Sirven como legitimación para quienes creen que la violencia es una forma válida de expresión política. La historia lo ha demostrado muchas veces. Y ahora, España, vuelve a encontrarse ante ese espejo turbio.
Una crisis que no es solo local
Torre-Pacheco no es un caso aislado. Es el síntoma visible de una enfermedad más profunda: el avance de discursos excluyentes, la normalización del racismo institucional y la pérdida del sentido común en el debate público. No se trata solo de Murcia, ni siquiera solo de Vox. Se trata del país entero.
Cuando se difuminan las fronteras entre la libertad de expresión y la incitación al odio, los resultados se miden en piedras lanzadas, coches quemados y ciudadanos heridos. El odio no surge espontáneamente: se cultiva, se pronuncia, se siembra desde los micrófonos del Congreso y los hilos virales de X.
VOCES QUE RESISTEN
“El fascismo no empieza con tanques en las calles. Empieza con palabras que deshumanizan.”
Torre-Pacheco es hoy una herida abierta. Pero también es una advertencia: no hay democracia fuerte sin cohesión social, y no hay convivencia posible si la palabra se convierte en arma. La responsabilidad no está solo en quienes golpean, sino también en quienes, desde los escaños, les dan el permiso tácito de hacerlo.
RCJ Digital
Fuente integrada al relato: BBC, La Opinión de Murcia, El País
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