FRASES CÉLEBRES CON HISTORIA
📅 2 de julio de 2025
Gabriela Mistral: La maestra que hablaba con el corazón
“Lo que el alma hace por su cuerpo, es lo que el artista hace por su pueblo.” – la poesía como alimento de los invisibles
La frase bordada en un delantal
“Lo que el alma hace por su cuerpo, es lo que el artista hace por su pueblo.” – Gabriela Mistral
El aula de los invisibles
Doña Elvira tenía setenta años y la espalda vencida por los inviernos del sur de Chile. Enseñaba en una escuelita rural donde el viento parecía arrastrar también los sueños. No había electricidad, ni libros nuevos, ni calefacción. Pero había algo que nadie podía cortar: la dignidad de la palabra.
—Hoy vamos a hablar de alguien que escribió con los huesos, con la leche, con las manos —dijo Elvira, abriendo un cuaderno viejo.
Los niños se miraban entre ellos. Solo uno levantó la mano: se llamaba Rubencito, y dibujaba siempre soles tristes en sus libretas.
—¿Quién era ella, profe?
—Gabriela. Pero no la llamen poetisa —respondió—. Llamen la fuerza de una madre sin hijos, la voz de los que no tienen voz.
La carta que cruzó la cordillera
Esa tarde, Rubencito escribió una carta a Gabriela Mistral. No sabía que estaba muerta. Ni que había ganado el Nobel. Solo sabía que le dolían las manos de pelar papas en casa, que su mamá lloraba de hambre, y que los libros le hacían menos frío.
—Señora Gabriela, usted dijo que el artista cuida al pueblo. Yo quiero aprender eso. Enséñeme, aunque esté lejos.
Doña Elvira encontró la carta en el pupitre. No la corrigió. No la guardó. La copió a máquina y la envió a una emisora cultural. Sin firma. Solo con una frase:
“Desde algún rincón donde aún creemos que las palabras pueden ser pan.”
El día que la radio respondió
Un mes después, una locutora leyó al aire esa carta. Y cerró su programa con la frase de Mistral. Varias escuelas del país escribieron de vuelta. Mandaron cuentos, dibujos, poemas.
Elvira imprimió todo en hojas recicladas y las colgó en el aula como si fueran banderas.
—¿Esto también es arte, profe? —preguntó Rubencito, mirando los papeles temblar con el viento.
—Esto es el alma de los otros abrazando la tuya —respondió ella.
El mural que no se pudo borrar
Un artista callejero, que escuchó la historia en la radio, viajó desde Santiago a la aldea. No traía pinceles, sino manos curtidas. En la fachada de la escuela, pintó a Gabriela con un delantal y una flor en la mano. Y debajo, con letras que parecían talladas en la tierra:
“Lo que el alma hace por su cuerpo, es lo que el artista hace por su pueblo.”
Nadie volvió a ver al artista. Pero al año siguiente, la escuela fue declarada patrimonio cultural. Rubencito escribió un poema en el acto inaugural. Se lo dedicó a la maestra, a su madre, y a la mujer que nunca conoció pero que sentía en cada libro, en cada flor, en cada palabra que lo había salvado.