FRASES CÉLEBRES CON HISTORIA
📅 1 de julio de 2025
Simone de Beauvoir: La mujer que escribió con fuego y razón
“No se nace mujer: se llega a serlo” – una verdad que incomodó y despertó
La frase que golpeó a las muñecas de porcelana
“No se nace mujer: se llega a serlo.” – Simone de Beauvoir
El espejo en el cajón prohibido
Lucía tenía 14 años y una cicatriz oculta en el alma. En su casa no se hablaba de libertad, sino de “deberes femeninos”. Una madre que lloraba en silencio y un padre que exigía faldas planchadas y palabras discretas.
Una tarde encontró un libro escondido en la cómoda de su hermana mayor, que ya no vivía allí: El segundo sexo. Lo hojeó con miedo. Lo leyó con hambre. Subrayó una frase que le cambió el pulso:
“No se nace mujer: se llega a serlo.”
—¿Qué significa eso? —le preguntó a su abuela, la única que no juzgaba.
—Significa que vos podés elegir qué tipo de mujer querés ser —respondió ella, con las manos temblorosas pero los ojos firmes.
La rebelión empieza en la voz
Desde ese día, Lucía dejó de bajar la mirada. Escribía frases en su brazo con bolígrafo, como hechizos. En la escuela, cuando el profesor dijo que las mujeres “estaban hechas para cuidar”, ella levantó la mano.
—¿Y quién nos hizo así? —preguntó con la voz serena, pero firme.
Hubo risas. Murmullos. Pero también silencio. Ese que anuncia que algo cambió para siempre.
Esa noche, su madre le gritó por el labial que llevaba puesto. Y Lucía solo respondió:
—No me estás viendo a mí. Estás viendo lo que a vos no te dejaron ser.
La biblioteca que ardía sin fuego
A los 18, Lucía montó una biblioteca feminista en un barrio conservador. Cada libro llevaba una flor seca como marca y una frase escrita a mano.
En la portada de cada cuaderno se leía:
“No se nace mujer: se llega a serlo. Y yo estoy llegando.”
Los vecinos murmuraban. Algunos la llamaban “la que rompe las reglas”. Pero muchas niñas cruzaban la calle en secreto para leer a Beauvoir, Woolf, Galeano, Allende. Y salían distintas. Con la frente alta. Con preguntas nuevas.
La carta sin remitente
Una mañana, entre los libros donados, Lucía encontró una carta anónima. Decía:
“Gracias por abrirme una puerta que creí cerrada. Estoy dejando de fingir. Estoy empezando a ser.”
Lucía no necesitó firma. Sabía que alguien, al otro lado de esa frase, estaba empezando a respirar por primera vez.