🕯️ Un trabajador ejemplar, una caída evitable: la historia de Danny Villagrán
“La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad.” — John Donne
En el silencio frío de una nave industrial de Tremañes, donde el metal retumba y las chispas dibujan constelaciones efímeras, se apagó una vida joven, valiente, obrera. Se llamaba Danny Vicente Villagrán Morante. Tenía 33 años, era ecuatoriano, soldador de oficio y sonrisa fácil. Murió el pasado miércoles tras caer desde una altura de diez metros mientras trabajaba. Una tragedia laboral más en las estadísticas. Pero para quienes lo conocieron, dice el dirio La Nueva España no era un número, era Danny.
En la empresa de soldadura del camino de El Melón, donde llevaba casi dos años, todos coinciden: “Era trabajador, responsable, y en todos los sitios caía bien”. Sus compañeros aún están en shock. “Estamos destrozados”, repiten. Su pérdida no es solo física. Es emocional, colectiva, humana. Había construido, con gestos simples y una sonrisa constante, un afecto que cruzaba nacionalidades y jerarquías.
En la sala 7 del tanatorio de Cabueñes, donde reposaban sus restos, el dolor era palpable. La puerta permanecía cerrada buena parte del día, como si la familia intentara detener el tiempo, proteger lo que ya no volverá. Allí estaban sus seres queridos, en la más estricta intimidad, abrazando el vacío de una ausencia inesperada.
Según informa el medio La Nueva España, la tragedia se produjo por lo que las primeras investigaciones califican como “un fallo humano”. Dos subcontratas implicadas, una altura letal, y la pregunta que nadie responde con contundencia: ¿por qué siguen ocurriendo estas muertes evitables en entornos laborales que deberían estar seguros?
Danny no era famoso, no era político, no salía en la televisión. Pero era mucho más importante que todo eso: era un hombre honrado, con un trabajo noble y con sueños por cumplir. Estaba casado, tenía planes, y cada mañana aportaba al país desde su rincón silencioso del polígono Bankunión II.
VOCES QUE RESISTEN
“Es inconcebible que se sigan produciendo muertes así”, repiten en Gijón quienes velan su partida. Porque la precariedad y la desprotección laboral no deberían ser sinónimos de oficio. Porque cada vez que un trabajador cae, caemos todos un poco. Porque el dolor no se mide en indemnizaciones, sino en miradas vacías y abrazos que ya no llegan.
Danny Villagrán no debería haber muerto. Pero murió. Y ahora, el mínimo homenaje que podemos ofrecerle es no olvidarlo. Que su nombre no se pierda entre partes técnicos ni entre excusas administrativas. Que su memoria sirva para exigir algo tan básico como justicia y protección para quienes, como él, construyen cada día este país desde el anonimato.
RCJ