La reconquista subterránea: tierras raras, soberanía y la nueva alianza Ucrania-EE.UU.
“La riqueza de un país no está solo en su superficie, sino en las decisiones que toma cuando la historia lo empuja a los bordes.”
Ucrania, cruce de caminos entre imperios y campo de batalla de la geopolítica moderna, ha firmado un acuerdo que, aunque silencioso en su tono, retumba con fuerza en el subsuelo de la historia. En Washington, tras negociaciones delicadas como bisturís, Kiev y Estados Unidos han sellado un pacto que podría redefinir no solo la economía de un país devastado por la guerra, sino también los equilibrios globales de poder: la explotación conjunta de sus minerales estratégicos y tierras raras.
Según National Geographic España, se trata del Fondo de Inversión para la Reconstrucción de Ucrania, un instrumento económico con doble filo: reconstruir las ruinas visibles de una nación arrasada y al mismo tiempo excavar el porvenir en busca de litio, cobalto, titanio y otros elementos esenciales para la era digital y la transición energética. Lo que está en juego no es solo la minería, sino la arquitectura del mundo que vendrá.
El acuerdo estipula que el 50% de los beneficios generados será reinvertido íntegramente en Ucrania durante la próxima década. Un pacto equitativo, al menos sobre el papel: Kiev mantiene su soberanía sobre el subsuelo y su derecho a decidir cuándo, cómo y con quién explotar sus recursos. La supervisión será compartida, pero las decisiones clave siguen en manos ucranianas, un detalle que el primer ministro Denys Shmyhal no dudó en subrayar para despejar fantasmas de neocolonialismo disfrazado de ayuda.
“Quien tiene los recursos, escribe el futuro. Quien los cede sin condiciones, firma su epitafio.” Esta máxima resuena con fuerza mientras se calcula que Ucrania posee cerca del 5% de las reservas mundiales de minerales críticos, incluyendo 22 de los 34 elementos estratégicos reconocidos por la UE. Un capital dormido bajo trincheras y campos minados que podría convertir al país en eje de la cadena global de suministros tecnológicos.
Pero este acuerdo no solo busca riqueza; lanza un mensaje político. Scott Bessent, secretario del Tesoro estadounidense, lo dijo sin rodeos: ningún empresario, entidad o país que haya contribuido directa o indirectamente al esfuerzo bélico ruso podrá beneficiarse de la reconstrucción. Es un golpe simbólico, pero también económico, a las estructuras que sostienen al Kremlin desde las sombras de sus exportaciones energéticas.
Mientras tanto, Ucrania cabalga entre la ruina y la reinvención. Este tratado —uno más entre muchos papeles firmados en medio del humo— podría ser, con suerte, la semilla de una nueva independencia: no solo militar, sino tecnológica, económica y estratégica.
VOCES QUE RESISTEN
“No es la guerra la que define a un país, sino lo que decide hacer con los escombros.” El subsuelo ucraniano ya no solo guarda cadáveres de imperios, sino las claves del mañana. En un mundo que transita de la energía fósil al silicio y al litio, las alianzas ya no se sellan con espadas, sino con permisos de explotación. Y en ese nuevo tablero, Ucrania, herida pero en pie, intenta no ser solo casilla, sino jugadora.
RCJ