"No hay defensa posible cuando el talento piensa más rápido que la trampa", escribió alguna vez Jorge Valdano. Y esa frase parece flotar esta semana en los pasillos del estadio San Siro, donde el Inter de Milán se prepara para enfrentar al FC Barcelona en una semifinal de Liga de Campeones que huele a final anticipada.
Simone Inzaghi, el estratega italiano que ha devuelto a los nerazzurri al mapa europeo, compareció ante la prensa con una mezcla de respeto, estrategia y preocupación. No mencionó a Xavi ni a Flick como amenazas. No puso el foco en Lewandowski, el goleador mundial. No. El centro de su discurso fue un muchacho de 17 años que apenas tiene bigote y ya pone en vilo a las defensas más experimentadas: Lamine Yamal.
—“Lo ideal sería que no le llegara el balón...”— dijo Inzaghi. Una frase simple que esconde una verdad incómoda: cuando el balón le llega a Yamal, algo cambia. Se acelera el tiempo, se abren espacios, se activa el peligro.
Según recogió la agencia EFE desde Roma, el técnico del Inter confesó que volverán a aplicar una doble marca sobre él, como ya hicieron en la ida. Pero incluso esa medida parece insuficiente ante la velocidad de pensamiento del joven español. Inzaghi lo describió con asombro: “Recibe y ya sabe qué hacer en la siguiente jugada”. Palabras que no suenan a táctica, sino a resignación ante lo inevitable.
El duelo, más allá de sus nombres históricos —Lewandowski, Lautaro, Koundé, Pavard— se ha polarizado en una narrativa inesperada: ¿Podrá el Inter detener la frescura, el descaro y la genialidad de un adolescente? ¿O será Yamal quien les arruine la fiesta en casa?
Inzaghi se mostró orgulloso del camino recorrido. “Estamos a dos partidos de un trofeo”, sentenció. Pero entre su equipo y ese sueño, hay una amenaza disfrazada de niño, con el número 27 a la espalda y el futuro en los pies.
VOCES QUE RESISTEN