El secretario del Tesoro de Estados Unidos, Scott Bessent, y la vice primera ministra ucrania y titular de Economía, Yulia Sviridenko, firman en la tarde del miércoles en Washington el acuerdo sobre explotación de recursos naturales de Ucrania.© Yulia Svyrydenko via Facebook (via REUTERS)Estados Unidos, Ucrania y los Minerales Estratégicos: La Jugada Calculada de Trump
La reciente firma del acuerdo económico entre EE. UU. y Ucrania, centrado en asegurar el acceso prioritario de Washington a los minerales estratégicos del subsuelo ucraniano, representa mucho más que una mera alianza comercial. En realidad, se trata de una maniobra política meticulosamente diseñada por la Administración de Donald Trump para reposicionarse en el tablero internacional, aprovechar las tensiones geopolíticas con Rusia y, al mismo tiempo, ofrecer a su electorado una narrativa de beneficio tangible y controlado sobre los compromisos exteriores.
Lejos de implicar un cambio profundo de rumbo o una adhesión plena a la causa europea, el pacto encaja con la lógica habitual del trumpismo: política exterior como instrumento transaccional. El lenguaje empleado por figuras como el secretario del Tesoro, Scott Bessent, no hace sino reforzar esta lectura. Al presentar el acuerdo como un “mensaje firme al liderazgo ruso” y una oportunidad para que Trump negocie “desde una posición aún más sólida”, la Casa Blanca proyecta fuerza sin alterar sus principios fundamentales: presión económica en lugar de intervención militar directa, acuerdos bilaterales que generan retorno y una política exterior que pueda ser capitalizada electoralmente.
Desde una óptica interna, este pacto otorga a Trump una nueva baza para presentarse como líder pragmático ante una base republicana cada vez más escéptica frente a las ayudas internacionales. Con un electorado nacionalista y aislacionista, el presidente necesita justificar cualquier implicación exterior mediante beneficios concretos. El acuerdo con Kiev le permite justamente eso: demostrar que su apoyo a Ucrania no es un "cheque en blanco", sino una inversión que favorece a EE. UU.
Además, el pacto le sirve para contrarrestar las críticas recibidas por su histórica ambigüedad hacia Rusia. Su reciente cambio de tono, con cuestionamientos directos a la supuesta voluntad de paz de Vladímir Putin, debe entenderse como parte de esta misma estrategia. Trump no abandona su retórica tradicional, sino que la adapta para presentarse como el único capaz de presionar a Moscú sin implicar a EE. UU. en una guerra prolongada o costosa.
Desde Kiev, el acuerdo es celebrado como un triunfo diplomático. Zelenski ha sabido aprovechar el momento político —incluso citando una conversación privada con Trump durante el funeral del Papa Francisco como detonante de la reactivación del vínculo— para situar a su país nuevamente en el radar estadounidense. La promesa de inversiones estratégicas, sumada a nuevos paquetes de ayuda militar como los 50 millones de dólares ya anunciados, fortalece temporalmente a Ucrania. Pero lo hace también dentro de un marco condicionado: el país se convierte en socio clave, sí, pero dentro de los márgenes de interés norteamericano.
Este pacto también representa un contrapeso táctico frente a las propuestas de resolución del conflicto que contemplan cesiones territoriales a Rusia. Ucrania, al reforzar su alianza con EE. UU., gana margen para rechazar presiones de ese tipo. Pero es una victoria frágil: el equilibrio entre dependencia y soberanía se vuelve más complejo conforme Washington impone condiciones económicas ligadas a sus intereses en los recursos naturales ucranianos.
El texto del acuerdo —con referencias explícitas a la “invasión a gran escala” rusa y restricciones para que actores vinculados al conflicto se beneficien económicamente— busca enviar señales claras a Moscú. Sin embargo, el hecho de que no se mencione que los beneficios mineros compensen la ayuda militar recibida deja entrever la intención de Trump de mantener el control narrativo sin renunciar a la exigencia de resultados.
En definitiva, el acuerdo debe leerse como una jugada política de doble filo: afianza la posición de Trump como actor fuerte ante Europa y Rusia, le da argumentos internos frente a sus votantes, y mantiene su estilo de diplomacia transaccional. Pero no implica un giro ideológico o estratégico profundo hacia una política multilateral o europeísta. Para Ucrania, es tanto un salvavidas como un recordatorio de que el respaldo estadounidense tiene un precio, y se mueve, sobre todo, al ritmo de los intereses electorales del expresidente.
VOCES QUE RESISTEN
La reconquista subterránea: tierras raras, soberanía y la nueva alianza Ucrania-EE.UU
