"Dime con quién andas y te diré quién eres." El refrán popular, tan latinoamericano como el maíz, cobra nueva vida en el tablero geopolítico que se está armando en el continente. La política exterior del segundo mandato de Donald Trump ha dejado de mirar hacia Medio Oriente o Asia para fijar su atención, con insólita intensidad, en América Latina. En esta jugada estratégica, tres nombres destacan como fichas valiosas del ajedrez trumpista: Javier Milei, Nayib Bukele y Daniel Noboa.
El primero, el presidente argentino Javier Milei, se ha convertido en un viajero frecuente a Washington. Desde su llegada al poder en diciembre de 2023, ha pisado suelo estadounidense al menos siete veces. La reciente visita del secretario del Tesoro, Scott Bessent, ha oficializado algo más que una alianza diplomática: ha sellado una camaradería ideológica. “Milei y MAGA son compañeros de viaje”, dijo sin ambages. El respaldo de Washington al gobierno argentino ante organismos multilaterales como el FMI, el BID o el Banco Mundial, junto a la disposición del libertario para aceptar aranceles del 10% en las exportaciones hacia EE.UU., consolidan una relación donde la reciprocidad tiene aroma a doctrina compartida. “El poder pertenece al pueblo, no a los burócratas”, remarcó Bessent. Y Milei lo abrazó como dogma: “La vida, la libertad y la propiedad privada son valores que nos unen”.
En El Salvador, Nayib Bukele también sonríe complacido. La reunión con Trump en el Despacho Oval fue más que un gesto: fue una bendición. Ambos se necesitan y se admiran. “Sus políticas han sido muy eficaces. Quiero decirle al pueblo salvadoreño que tienen una pasada de presidente”, elogió Trump. Bukele, con su retórica punitiva intacta, devolvió el favor: “Prefiero decir que liberamos a millones”. La frase gustó tanto al magnate que pidió permiso para usarla. En medio de denuncias internacionales por violaciones a los derechos humanos, la Administración republicana prefiere mirar hacia otro lado. Lo que le importa es el resultado: orden, mano dura, populismo sin complejos.
Y en Ecuador, Daniel Noboa ha dejado claro que su reelección para un mandato completo de cuatro años es también una oportunidad para afianzar su cercanía con Washington. No es un recién llegado: ya gobernó en un periodo corto y turbulento. Ahora, busca legitimarse con respaldo internacional. La señal llegó rápido: el mismo día que se reunía Milei con Bessent y Bukele con Trump, Noboa era felicitado por el secretario de Estado, Marco Rubio. “Juntos trabajaremos para proteger nuestros países de organizaciones criminales peligrosas y frenar la inmigración ilegal”, declaró el estadounidense. La promesa ecuatoriana fue inmediata: más cooperación, más seguridad, más alineación. El contexto fue descrito con amplitud por el periodista Francesco Manetto en su reportaje para El País, donde se detalla cómo Trump está construyendo una nueva internacional ideológica desde el sur del continente.
Noboa, nacido en Miami, no ha ocultado sus intenciones. Antes de las elecciones, viajó a Mar-a-Lago en busca de una foto con Trump. No logró un encuentro oficial, pero sí una imagen informal que circuló como trofeo de campaña. Tras su victoria sobre Luisa González, viajó nuevamente a Florida “por asuntos personales”, pero también con la expectativa —declarada a CNN— de recibir “paquetes de ayudas reales”. Su estrategia de militarización de la seguridad no ha mostrado resultados contundentes, pero su mensaje es claro: quiere ser parte del escudo de Trump en la región.
Mientras tanto, los líderes progresistas —la mexicana Claudia Sheinbaum, el colombiano Gustavo Petro o el brasileño Lula da Silva— prefieren mantener una distancia prudente con la Casa Blanca. El caso de Panamá lo demuestra: el presidente José Raúl Mulino, inicialmente pro-Trump, ha retrocedido tras notar el alto coste de alinearse sin condiciones. Pero el mapa está claro: Trump ya tiene puestos avanzados en el Cono Sur, en Centroamérica y en la Región Andina.
VOCES QUE RESISTEN
“Nada es más peligroso que una idea cuando se tiene solo una”, advirtió Émile Chartier. La Internacional del Trumpismo crece en América Latina como un bloque duro, blindado de retórica y alimentado por alianzas de conveniencia. Pero cada vez que una democracia es reducida a una consigna, la política se vuelve ideología y la ideología se convierte en dogma. En ese espacio angosto, los derechos se ahogan. En Ecuador, Argentina y El Salvador, hay voces que aún resisten. No todas están en el poder, pero muchas están en la calle, en las universidades, en los medios, en las redes. Y esas voces, cuando se juntan, también pueden escribir historia.
RCJ
