CONTANDO LA NOTICIA DE OTRA MANERA
“La opulencia que no comparte se transforma en un grito mudo contra la justicia.” — Eduardo Galeano
Mientras millones de españoles anhelan simplemente tener un techo digno donde vivir, otros —como el expresidente Felipe González— optan por estilos de vida que rozan la ostentación. A sus 82 años, González vive en pleno barrio de Salamanca, una de las zonas más caras y exclusivas de Madrid, en un señorial piso de 400 metros cuadrados propiedad de su cuñado Pedro Trapote. Su valor: más de 3,5 millones de euros.
Desde 2008, esta residencia ha sido su base de operaciones. Aunque se mantenga en un rol más reflexivo, sigue conectado a los debates del presente y viaja con frecuencia, sobre todo a América Latina. Madrid, y en particular el barrio de Salamanca, se convierte así en una declaración silenciosa pero rotunda: la élite política también sabe dónde se respira privilegio.
“No es más rico quien más tiene, sino quien menos necesita.” — José Mujica
Contrasta este estilo de vida con el del presidente uruguayo recientemente fallecido, José “Pepe” Mujica, quien hasta el último de sus días habitó en una humilde chacra, donando gran parte de su sueldo a causas sociales. Felipe González, por el contrario, reparte su tiempo entre su lujosa vivienda madrileña y su finca extremeña “La Penitencial”, en La Vera. Allí también dispone de una mansión con 600 metros cuadrados, múltiples habitaciones con baño en suite, salón con chimenea, taller de bonsáis y artesanía.
La contradicción moral no es nueva, pero sí escandalosa cuando quien disfruta del confort millonario proviene de las filas del socialismo. ¿Dónde quedó aquel discurso de igualdad y justicia social que defendía el PSOE en sus mejores tiempos? ¿Qué mensaje se transmite al pueblo cuando sus viejos referentes se alejan de la realidad de quienes no pueden pagar ni el alquiler?
VOCES QUE RESISTEN
“Pertenecer a la izquierda y vivir como la derecha más rancia es traicionar al pueblo con guantes de seda.” — Reflexión de RCJ
Mientras tantos buscan una vivienda digna o sobreviven en habitaciones compartidas, las élites políticas, sin rubor, eligen palacetes. El discurso se empolva, la coherencia se desintegra, y la brecha entre el decir y el hacer se convierte en abismo.