“El problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres.” – Y los muros comenzaron a agrietarse.
La frase que se atrevió a incendiar salones
“El problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres.”
— Rosario Castellanos
Cuando las palabras eran peligrosas
“Me duele México, me duelen las mujeres que no saben que pueden hablar.”
— Rosario Castellanos (Historia que nunca se dio)
A punto de partir como embajadora a Israel, Rosario recibió una visita inesperada: una joven profesora de preparatoria, con las manos llenas de apuntes y una timidez temblorosa en la voz. Rosario había abierto la puerta, descalza y con un libro en la mano. Afuera, el cielo gris parecía presagiar algo. Adentro, la conversación terminó convirtiéndose en una confesión compartida.
–Historia RCJ Digital. La otr manera de contar el relato. México, 1972
–Disculpe que venga así, sin cita, sin anunciarme –dijo la joven–. Pero necesitaba verla… hablar con usted.
–Los mejores encuentros son los que nadie espera –respondió Rosario, con esa sonrisa que dolía–. Pasa, hija. La casa está llena de papeles, pero eso es mejor que estar llena de silencios.
–Soy profesora. De literatura. Leí su poema “Valium 10” y… sentí que alguien por fin escribía lo que yo no podía decir.
–¿Te lo prohibieron?
–Me lo prohibí yo. ¿Sabe? Una aprende pronto a callar, a no incomodar, a quedarse en la sombra. Una aprende a no escribir lo que piensa.
–Y ahí empieza la muerte –dijo Rosario, bajando la voz como si hablara de un secreto familiar–. Yo también aprendí eso. Crecí entre fincas, criadas indígenas, padres que rezaban más que pensaban… Pero un día, el silencio me traicionó.
–¿Qué pasó?
–Descubrí que si no escribía, me ahogaba. Que si no gritaba en los libros, no iba a vivir más allá de lo que los otros querían de mí. Y grité. En cada poema. En cada línea. Grité por mí, por ti, por las que no han nacido aún.
–Pero… la escuchan. Usted es leída, citada, temida. Yo la escucho y tengo miedo de no atreverme nunca.
–Entonces atrévete con miedo. No se trata de no tenerlo. Se trata de no rendirse a él.
–Hay noches… noches en que siento que nadie nos salvará.
–Nadie nos va a salvar, niña. Nos vamos a salvar entre nosotras. Escribiendo. Nombrándonos. Existiendo.
–Y si me queman los libros…
–Que los lean antes. El fuego viene después, pero las palabras dejan cenizas que arden en la memoria. Mira los ojos de las mujeres en la calle: todas esconden frases no dichas. Ayúdalas a escribirlas.
–¿Y usted, Rosario? ¿Quién le ayudó a escribir?
–Nadie. Pero la rabia me enseñó ortografía. La soledad me dio voz. El silencio me obligó a hablar.
–Gracias… de verdad… gracias.
–Gracias a ti por no callarte. Por venir. Por buscar. Si no tenemos el derecho a la palabra, al menos tenemos la osadía de inventarlo.
¿Quién fue Rosario Castellanos?
Rosario Castellanos nació en Ciudad de México en 1925, aunque su infancia transcurrió en Comitán, Chiapas. Vivió entre los privilegios de una familia blanca y la culpa de una sociedad que ignoraba a los indígenas. Fue poeta, ensayista, narradora y diplomática. Pero, sobre todo, fue la escritora que abrió el camino a miles de mujeres latinoamericanas. Con una voz que incomodaba y una ternura que desgarraba, dejó frases que aún hoy retumban en aulas, manifestaciones y corazones.
Murió de forma trágica en 1974, en Israel, en un extraño accidente eléctrico. Muchos aún creen que su muerte fue una metáfora perfecta de su vida: intensa, inesperada, y siempre cargada de luz.
Rosario no gritaba: escribía. Y sin embargo, con cada página hacía más ruido que mil mítines. Su pluma no se doblegaba ante el machismo, ni ante los mandatos del clero, ni siquiera ante el temido silencio de las universidades mexicanas. Fue la primera mujer que se atrevió a decir, con palabras finas y hondas, lo que todas pensaban y ninguna osaba firmar.
Su historia, marcada por el racismo en Chiapas, la muerte de su hijo y el dolor de una soledad intelectual, está tejida con la misma tinta de sus poemas y ensayos. Rosario supo desde niña que el mundo no había sido diseñado para una mujer como ella. Y aun así, lo reescribió.
(Este es un diálogo ficticio entre Rosario Castellanos y una joven profesora universitaria, en la Ciudad de México, año 1972)
–Maestra Rosario, ¿usted cree que alguna vez las mujeres dejaremos de pedir permiso?
–No hay que pedirlo. El permiso es una trampa. Si lo aceptas, ya no estás construyendo libertad, estás jugando con sus reglas.
–Pero nos llaman histéricas, exageradas, radicales…
–Eso es porque les aterra el eco de su propia injusticia. Gritar incomoda. Pensar, aún más.
–Yo leo sus libros en voz baja… como si fueran clandestinos.
–Y sin embargo, hija, cada palabra es una bomba colocada con precisión quirúrgica. No bajes la voz. No vinimos a ser discretas.
Fragmento destacado del poema “Valium 10” – Rosario Castellanos
me tomo una pastilla,
me siento a escribir,
me tomo otra pastilla,
me baño, me visto,
me tomo otra pastilla…”
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